Entre dioses antiguos y retos presentes

La ceremonia a Quetzalcóatl realizada por los nuevos ministros de la Suprema Corte despertó más preguntas que certezas. En el discurso, Hugo Aguilar Ortiz recordó la historia de México y la marginación de los pueblos originarios tras la conquista española, comprometiéndose además a combatir la corrupción, el nepotismo y la deshonestidad. Sin embargo, lo que debería haber sido un acto solemne de compromiso con la nación terminó convertido en un símbolo ambiguo.

Resulta contradictorio que, en un país de mayoría católica, se critique con severidad la religión de los mexicanos, mientras se rinde pleitesía a ídolos nativos. La serpiente emplumada, por más que se intente reinterpretar como un signo de renovación semejante a la figura de Jesucristo, no logra despojarse de su connotación ambivalente. La justicia, en su esencia, debería ser laica, firme y transparente, no un espectáculo ritual cargado de simbolismos que dividen más de lo que unen.

Pero el fondo del problema no está solo en la ceremonia, sino en lo que simboliza: un Poder Judicial que parece distraído en liturgias mientras se reclama su verdadera función. México necesita jueces que enfrenten los abusos del poder, no ministros que se refugien en metáforas. Los periodistas sabemos bien lo que significa esa falta de equilibrio. En distintos estados del país, colegas han sido amedrentados por fuerzas estatales y por gobiernos incapaces de tolerar la crítica. Es un síntoma alarmante: cuando la justicia deja de proteger a la prensa, deja de proteger a la ciudadanía.

El riesgo es real, aunque muchos no lo adviertan aún. Es como el perro bravo del barrio: todos creen que no muerde, hasta que lo hace y entonces es demasiado tarde. México atraviesa una etapa decisiva. Estamos a un paso de seguir la ruta de países donde el autoritarismo se instaló silenciosamente. Y aunque confiamos en que nuestra diversidad, nuestro patriotismo y nuestra historia de lucha por la libertad nos hagan distintos, no podemos bajar la guardia.

Como bien dice el himno, México dio un soldado en cada hijo, incluso frente al enemigo que puede estar dentro del propio país. Ese enemigo es la tentación de poder sin límites, disfrazada de rituales, discursos o símbolos. Y frente a él, el periodismo seguirá siendo el termómetro incómodo pero necesario de una sociedad que se niega a rendirse.

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