Por: Mario Astiazarán
Dice una frase que los tiempos difíciles forjan hombres fuertes, los hombres fuertes crean buenos tiempos, los buenos tiempos crean hombres débiles, y los hombres débiles crean tiempos difíciles. Más allá de si la frase fue escrita por Michael Hopf o se trata de un proverbio árabe, es complicado explicar por qué en este momento nos encontramos en una época de dificultades.
El mundo cambió en tres décadas. Tecnología, celulares, internet, correos electrónicos, Facebook, YouTube, Twitter, Instagram, TikTok; de la «desaparición del comunismo» en el año de 1991 pasamos al nuevo socialismo del siglo XXI, de la feminidad al feminismo de cuarta ola; de ver a un hijo como una bendición a verlo como el enemigo de una madre y tener «derecho» a matarlo; pasamos a valorar más a un animal que una vida humana, de la familia a la familia homoparental, de los hijos a los perrijos, del arte al minimalismo, del catolicismo al ecumenismo, de la hombría, el honor y la caballerosidad a las diferentes masculinidades y la cultura woke.
Es decir, fue prácticamente una sacudida en todos los ámbitos, donde sólo algunas voces advirtieron la avalancha que se venía.
Treinta años después, aquí estamos, de pie, visibilizando un panorama nada prometedor para nuestros hijos. Sin darnos cuenta, contribuimos de una u otra manera a que el mundo fuera un poco peor. No me malinterprete, estimado lector. Estoy seguro de que también Usted aportó para que no cayera más hondo.
Históricamente, los más grandes imperios, los más sabios, los más disciplinados han caído. Alguna grieta fue la que dejó pasar el cáncer, la peste o como quiera llamarle, que resultó en la putrefacción de los objetivos que forjaron la visión de grandeza que tuvo en su momento.
El hombre se distanció de lo trascendente y aceptó lo temporal. Nos afianzamos en un mundo sentimental y aparente, donde nos importó más una aceptación social que lo correcto y lo que debía ser, aunque fuera políticamente incorrecto.
Abrazamos el temor al «qué dirán» y eso terminó transformando nuestra forma de pensar y actuar.
«Comprendimos», contemporizamos, variamos y luego mentimos. Fuimos y somos incongruentes, y qué difícil es regresar.
Pero, como luego se dice, la realidad se impone a la ficción. Ante el espectro de la destrucción, poco a poco se irán abriendo los ojos, porque afortunadamente así aprendemos: a la mala. Y digo afortunadamente porque los tiempos complicados exigen lo mejor de la persona.
Las peores guerras requieren de los mejores soldados, las peores crisis de las mejores soluciones, y de los peores momentos resurge lo mejor, pero hay que pagar el precio.
¿Cuánto nos va a durar el calvario? Eso dependerá de la entrega, disposición y capacidad que otorguemos para que México sea una gran nación. Y nuevamente no me malinterprete, porque México es una gran nación, pero no ha consumado su destino en la historia, debido a parásitos y corrientes ideológicas sátrapas que, como sanguijuelas, se han abalanzado contra nuestro país basados en las más grandes mentiras de la historia para mantenerse vigentes.
Es momento de la convocatoria para pasar de la debilidad a la fortaleza. Será un cambio que duela, pero valdrá la pena. Así cumpliremos con los nuestros, por ese deber que tenemos y que aceptamos sin victimizaciones ni cobardías. Claro, el llamado no será recibido por todos, pero si algo nos enseña la historia es que unos cuantos se encargan de cambiarla.
Así, y solo así, podremos transitar de tiempos difíciles a hombres fuertes.
